LACASADELPERU

MilGRO DEL BEATO SEBASTIAN DE APARICIO



MILAGRO DEL BEATO SEBASTIAN DE APARICIO (año 1.936)

El milagro fue realizado en la persona, del vecino de La Gudiña, pueblo natal del Beato, José Martínez Priego y ocurrió a pocos días del comienzo de la Guerra Civil Española, ocurrida entre los años 1.936 – 39, se formaron en todas las villas importantes de ésta provincia de Orense, unos grupos de desalmados, vagos, y malas personas, que queriendo imitar al “fascio” italiano, adoptaron por uniforme, una camisa azul y un correaje como el militar, al que denominaron “Falangista”.
Ninguno de ellos tenia oficio, ni profesión conocida y en su mayor eran hijos de personas pudiente y familiares reconocidos como caciques de cada pueblo.
Estos criminales, se dedicaban a sacar por las noches de sus viviendas, a toda persona que perteneciese a partidos republicanos, a la U. G. T o a la C. N. T., siendo detenidos por regla general, personas trabajadoras y padres de familia ejemplares, hijos inmejorables y ciudadanos de orden, que una vez detenidos y en camiones eran llevados a las afueras de los pueblos y fusilados en cualquier cuneta o camino apartado y no tenían para los criminales mas defecto, que estar afiliados a esos centros, con la p
Particularidad, que si no estaban afiliados, no encontraban trabajo en el ferrocarril, que en aquella época, se estaba realizando el tramo de Zamora – Orense, con cuyos ingresos sostenían a sus respectivas familias.
Antes de fusilarlos, los sometían a duros castigos, hasta el extremo, de que alguno fue atado a un poste de piedra y después de rociarlo con gasolina, le prendían fuego, para verlo arder vivo, como hicieron con el maestro que en Allariz, hicieron bajar del coche correo y lo quemaron junto al Mesón de Maragullo, a 5 kilómetros de La Gudiña.
No dejaban celebrar funerales por sus almas y estaba prohibido tocar las campanas, cuando sus familiares y amigos los enterraban. Todo esto tenían que hacerlo de noche, para que nadie viese el féretro acompañado hasta el cementerio.
Las personas se encerraban en sus casas, atemorizadas y otras se veían obligadas a desaparecer, huían a Portugal o America, en donde murieron, loa mayor parte de ellos y alguno, muy pocos, regresaron al terminar la contienda, por haberse decretado el indulto, para todos los que no tuviesen las manos manchadas de sangre. Sólo uno, cuyo apodo era “El Churro” de Villaza, le dio muerte en su misma vivienda, un familiar de uno al que él, había paseado.
Después de éste preámbulo, voy a referir el milagro obrado por el Beato Sebastian de Aparicio, nacido en La Gudiña y cuya imagen se venera en la iglesias de San Martín, de dicha villa.
Había frente a la casa en que yo nací el kilómetro 444 de la carretera de Villacastin a Vigo, una rustica casa de piedra, de una sola planta con tejado de pizarra, el suelo era de tierra, sin ningún tipo de pavimento, solamente la cocina, tenia losas de pizarra a su alrededor, de otra muy grande, que servía de lareira, sobre la cual se encendía el fuego y que servia para poner el caldero con que se le cocía la comida a los animales domésticos y servía de fogón para colocar las potas que se usaban en las aldeas.
En esta casa, en donde apenas entraba claridad por una pequeña ventana de daba a su parte norte, hacia la carretera y por unas juntas de tablas separadas, que servían de fallado, por donde salía el humo, entre la paja que cubría parte del tejado, de ésta rustica vivienda.
En esta humilde casa, era habitada por una pobre viuda, ya anciana, la señora María Prego y sus hijas: Loreto, Teresa y Joaquina y su hijo José, personaje de esta triste, pero recordad historia.
Al tal José, le apodaban “El Jacinto”, por parecerse a su abuelo en su baja estatura, pero de una constitución muy fuerte. La familia no tenia otros ingresos, que los que producían un pequeño rebaño de ovejas y dos vacas para trabajar sus escasa tierras, amen del diario jornal de José, que trabajaban en las obras del ferrocarril y que para conseguir dicho trabajo, tuvo que afiliarse a la Unión General de Trabajadores, que era el requisito indispensable, para poder trabajar en dichas obras.
Cierta noche estando la familia reunida entorno a la mesa, cenando, sonaron unos golpes dados con la culata de un fusil, todos se asustaron y guardaron silencio, pero de pronto sonó una voz fuerte, que les dijo, que si no abrían, echarían la puerta abajo. Se dieron cuenta de que venían buscar a José, su madre le indicó que saliese, por una estrecha puerta que daba a la huerta en su parte posterior, José así lo hizo, pero como cuando un furtivo cazador, espera con su red en la boca de la madriguera de un conejo, allí estaban cuatro falangistas, armados con sus fusiles que se echaron encima del pobre José, al igual que lo haría un lobo para apresar a una inocente oveja. Digo fusiles, por que estos criminales, usaban dichas armas y pistolas que les suministraba el capitán de la G. Civil de Verín, Sr. Ros, que era el jefe absoluto de aquella “Ralea”
Se armó un gran alboroto, al gritar la madre y las hermanas, acudiendo muchos vecinos, creyendo que se trataba de algún accidente o muerte en la vivienda; Entre las personas que acudieron venía mi madrina, ya fallecida (q. e. p. d.) Dñª. Catalina Fernández Barja, quien a ver de lo que se trataba, le suplico poniéndose de rodillas delante del Jefe de la cuadrilla, que era el contratista de las obras del ferrocarril, al que conocía de haberlo visto en su comercio de tejidos, (comercio mixto), que con su hermana Joaquina, tenia en la villa. Le suplicó llorando y diciéndole que la familia se moriría de hambre, si les faltaba el jornal de José. De ninguna forma consiguió ablandar el corazón del malvado jefe, pero en un arranque de religiosidad, le dijo: Ustedes no lo matarán, por que ahora mismo voy a postrarme delante del Beato Sebastian y el hará un milagro, para que no puedan cometer este crimen.
Precipitadamente se fue a su casa, donde tenía las llaves de la iglesia de San Martín, por ella y su hermana, las que adornaban la iglesias con flores y planchaban lo manteles de los altares. Postrándose delante de la imagen del santo, pidió por el detenido José, donde estuvo rezando varias horas.
En el momento en que José era subido al camión, el cabecilla le dijo: Ni el Beato Sebastian, ni Dios, puede librar a Jacinto de la muerte, por que dentro de media hora, ya estarán todos estos sin vida, refiriéndose a varios hombres, que llevaban en el mismo camión, que habían recogido en otros sitios, llevándolos para darles el mismo destino. El camión partió en dirección la Cañizo.
A dos kilómetros de la salida de la villa, el camión se paró inesperadamente y fueron vanos todos los intentos que hicieron para ponerlo en marcha, momento que aprovechó José, para que de un tirón fuerte, se soltó de las ataduras que tenía a otro detenido y con la oscuridad de la noche, desapareció como si la tierra lo hubiera tragado, sin dejar rastro.
Los falangistas, dispararon sus fusiles en la dirección que había desaparecido y enfocaron sus linternas, pero el detenido había desparecido delante de sus propias narices.
Entre todos trataron de empujar al camión, para que encendiese y al mismo tiempo, que colocaron los faros en aquella parte del monte, por donde había desparecido José, pero les fue del todo imposible, el camión no se movió del sitio.
Como la noche era muy oscura tuvieron que volver al pueblo, pero quedaron de guardia cuatro de ellos, por si oían algún ruido o vienen al escapado.
Al llegar al pueblo, se situaron delante de la casa de mi madrina, que también era la madrina de José y comenzaron a insultarla, llamándola bruja y otras frases ofensivas.
Como la casa está al lado de la iglesias, en donde ella, en donde ella seguía rezando, oía claramente los insultos y alarmada salió al atrio y por encima del muro que rodea la iglesias, vio a los falangistas, que al verla se enfurecieron más, redoblando sus insultos y blasfemias contra Dios y el Santo Beato.
Mi madrina, que era hermana de mi padre, se dio cuenta, de que su ahijado se habia escapado y les dijo: Ya veis como el Santo obró el milagro que yo le pedí. Trataron de prenderle fuego a la iglesia, pero con los gritos se juntaron muchos vecinos y apareció una pareja de la Guardia Civil, que hacía la ronda nocturna, según la costumbre de aquella época.
¿Qué había pasado? ¡Que se esfumó el huido! Mal pensaban aquellos criminales, cuando enfocaban hacia el monte, por donde creían que había desaparecido el preso y mal pensaban que lo tenían bajo sus pies. Como eran de Ribadavia y Verín, no conocían la zona e ignoraban que allí había una alcantarilla que cruzaba la carretera por debajo, como desagüe o canal del agua, ya que con la lluvia el agua se desbordaba por encima de la carretera y ese fue el motivo de la construcción de la mencionada alcantarilla, que era el punto más bajo de la carretera, bajada del Cañizo y subida de La Gudiña.
José sabía esta circunstancia y tan pronto puso los pies en suelo, se metió en la alcantarilla, en donde permaneció día y medio, sin moverse del sitio. La boca de la entrada, tiene unos 50 centímetros y como la hierba era alta, la entrada de la misma estaba disimulada, para toda persona que no conociese el lugar.
Pasado día y medio, salió de su escondite, para la parte oeste del pueblo, la rivera, con el objeto de acercarse a la frontera portuguesa y escapar al pueblo de La Cisterna, en donde tenía unos amigos, que en los días de feria venían a La Gudiña, para vender los productos de sus huertas y frutas.
Anduvo mucho tiempo entre la maleza para no ser visto y finalmente se sentó junto un castaño, en donde se quedó dormido; No sabía el tiempo que había transcurrido, pero le despertó el ruido producido por las campanillas del ganado y voces de pastores, pero el Santo seguía con él, ya que el rebaño de ovejas era el de su madre y las pastoras, eran sus hermanas, Teresa y Joaquina. El perro que las acompañaban se dio cuenta del intruso y comenzó a ladrar en la dirección donde estaba José, pero sus hermanas al reconocerlo corrieron a su lado y se abrazaron llorando. Le dieron de su merienda y una de ellas volvió a casa, pero por el monte sin usar los caminos, para que no la viese nadie y dar la buena noticia a su madre; Su madre llena de alegría y absoluto silencia, acordó mandar ropa, para que se mudase, ya que en la alcantarilla, se había empapado por completo.
Pero esa intuición que tienen las madres, no les dio ropa de hombre, les dio un vestido de Teresa, un mantón, y un pañuelo de cabeza para que se disfrazase de mujer y al anochecer venir con ellas, conduciendo el ganado y que lo hiciesen por la parte baja de la Cotarela, con el fin de rodear el pueblo y entrar en la casa sin ser visto por nadie. Así lo hicieron y ya bien entrada la noche, pudo la señora María abrazar a su hijo, sano y salvo.
Como con frecuencia aquellos facinerosos, registraban las viviendas de los huidos y de los pertenecientes a partidos de izquierda, aquella noche y diez noches mas durmió en el pajar y la leñera que había en el extremo de la era, detrás de la casa al lado del huerto.
Durante esos días, con hierros y pequeñas herramientas, para no nacer ruido y no infundir sospechas, cavaron en la esquina de la cocina una especie de sepultura o foso, que una vez hecho acondicionaron con hierba seca y paja, para no tuviese humedad y en ella permanecía José durante el día, ya que por la noche, dormía en un jergón de hojas de maíz al lado del agujero, que tenia siempre tapado con leña y torgos, teniendo siempre bien atrancadas las dos puerta y la ventana.
Poco a poco fueron enlosando parte de la casa, para no infundir sospechas, que traían del deslinde de la era y la huerta.
Por la mañana se metía dentro del agujero y la plancha de losa era corrida encina, dejando un resquicio como respiradero y así estuvo varios meses.
Su madre y hermanas se vistieron de luto, manifestando que José había muerto en el monte, asesinado por los falangistas, si es que no habría podido huir a Portugal.
En aquella casa nunca se oía ruido alguno, se hablaba en voz baja, como un susurro, para que nadie pudiese oír nada y si algún vecino preguntaba por José, simulaban llorar y decía José seguro que ha muerto y para mayor disimulo, la madre encargó una misa al Sr. Cura, por eterno descanso de José.
En la fecha en que ocurrieron estos hechos, yo me hallaba combatiendo en los frentes de Asturias, a donde tuve que ir voluntario a primera línea, por temor, a que me paseasen, como hicieron con otros compañeros míos, por pertenecer Alianza Republicana.
En uno de los encuentros que tuvimos me hirieron en el vientre y me llevaron al hospital de Lugo, en donde permanecí cerca de un mes.
Una vez dado de alta, me dieron 15 días de convalecencia y permiso, para venir a casa, ya que mi esposa y mis hijos estaban intranquilos.
A los cuatro días de llegar a mi casa, fui a Gudiña, con el fin de visitar a mis tías y primos, mi madrina, hermana de mi padre D. Agustín Fernández Barja, me narró la odisea que había tenido mi amigo y vecino José, sin pensarlo fui a visitar y abrazar a su madre. Yo no tenía recelo de hablar con unos y con otros, por ser combatiente y por que además mi Jefe y Teniente D. Álvaro Lastra, me había regalado una pistola del nueve largo, para que en el caso de que algún falangista, se metiese conmigo, le diese su merecido, puesto que habían llegado unos falangistas de Ribadavia en compañía de otros de Verín, que les servían de guías, al frente de Asturias, Para pasearme, por ser republicano, pero mi jefe que me tenía en gran estima, los había expulsado, diciéndoles que si los volvía a ver por allí los mandaría fusilar.
Cuando fui visitar a la señora María, me mandó sentar al pie de una mesa de cocina y se lamentó de la desaparición de su hijo José, tratando yo de consolarla.
Habría pasado poco más de un año y volvieron a herirme en la rodilla y en el brazo, con trozo de metralla, producidos por una granada en el frente de Teruel, por cuyo motivo me dieron otros 15 días de permiso. También volví visitar a mi familia en La Gudiña y me contaron la aparición de mi amigo José Martínez Priego. Fui a su casa, para saludarle y en ese preciso momento estaba comiendo a la mesa, al lado de la cual había estado yo la vez anterior.
Todos me recibieron con gran alegría y mi amigo me dijo: Cuando viniste visitar a mi madre el año pasado, yo estaba escuchando vuestra conversación, ya que me tenias bajo tus pies y me enseñó el hoyo en el que había estado escondido.
Pero al conceder el General Franco el indulto general, José se presentó en el cuartel de la guardia civil, diciendo que había estado en Portugal en casa de unos amigos.
A pesar del indulto, fue llevado a la prisión Castillo en Viana del Bollo, donde le retuvieron un mes, hasta que terminó el expediente y se presentaron los avales de las autoridades y vecinos.
Esto es a grandes rasgos, lo ocurrido con el “Milagro” del Beato Sebastian de Aparicio y que al terminar la guerra me contó José y su familia, aquella misma tarde fuimos dando un paseo y me enseñó la alcantarilla que le había salvado la vida.
Quiero ahora, después de “Sesenta y tres años” referir lo ocurrido con el fin de que haya constancia de un milagro más del Beato Sebastian de Aparicio

Manuel Luis Fernández-Barja Sánchez, nacido en La Gudiña el 4 de Abril del 1.904
 
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