LACASADELPERU

NOTAS HISTORICAS DEL VALLE DE VERIN







                                                       NOTAS HISTÓRICAS
Estos apuntes sobre la historia del Valle de Monterrey, de la comarca del Alto Támega, recopilados durante más de cincuenta años, por que ahora los expone, se deben en gran parte, a ilustres investigadores gallegos y portugueses y también por el francés Alayn Tranuy y sobre todo, por aquel incansable historiador “Idacio”, obispo de Chaves (Portugal), nacido en la comarca de la Limia, en “Civitas Lemicarum”, que estaba situada al sur-este del lugar que hoy ocupa la Villa de Ginzo de Limia, en la provincia de Orense.
El mencionado obispo Idacio, por ser testigo presencial, en el año 466, de la invasión de los Bárbaros, Alanos, Suevos y Vándalos, nos refiere los hechos tan sangrientos, con tal precisión, maestría y claridad, sobre la invasión en el valle del Támega y del norte de Portugal, llevados a cabo, cuando al mando del rey Frumario hicieron acto de presencia, que al leerlas tiembla la mano del que escribe este relato. Uno de los hechos es el siguiente: Año 410. - Capitulo XVI, apartado 48.
Al mismo tiempo que en toda España, las hordas bárbaras se entregan a bacanales, una epidemia de cólera hace devastaciones horribles entre sus habitantes que faltos de víveres por el constante saqueo excesivas gabelas del invasor, que se llevaba frutos, ganados y granos, sufren un hambre terrible y tremendos sufrimientos, que en momentos dramáticos llega al extremo, que la carne humana, llega a ser devorada por los habitantes, dándose el caso, que incluso muchas madres matan a sus hijos pequeños, para comer su carne cocida, sin mirar que ellas los habían parido.
Los animales salvajes son tan abundantes, que acostumbrados a comer los cadáveres de los habitantes que han sido abatidos, por el hierro, por el hambre y por la peste, se acercan a los poblados para atacar a los habitantes, que no tienen fuerza para defenderse, dando la sensación, de que es el exterminio del género humano.
Muchos de los relatos que expongo a continuación, fueron recogidos con perseverancia, muchas horas y días de caminar por lugares, aldeas y caseríos, en mi deambular como cazador y pescador, en noches de “Fiadeiro y Trisca”, escuchando a viejos, en las cocinas, cuando contaban lo que habían oído relatar a sus antepasados, en las largas noches de invierno, cuyos hechos daban por ciertos, por que así se lo habían asegurado sus mayores, ya que habían pasado de generación en generación.
Algunas de estas historias, a veces, y sobre todo los nombres y fechas, se distanciaban algo de la realidad, pero tenían una base cierta.
A su tiempo, contaré una, que según la anciana que me lo contó, le había sucedido a l rey Fungario, y muchos años después, pude comprobar que la historia era cierta, pero que se refería al rey Frumario, como decía la anciana de Montevoloso.
Cité la palabra Fiadeiro y como el que no sea gallego, no sabe su significado, voy a tratar someramente de aclararlo.
En las largas y frías noches del crudo invierno, que visita las montañas gallegas, las familias y amigos, se reúnen en una determinada vivienda, que goce de ciertas comodidades, para albergue, a veces veinte o más personas, en su mayor parte ancianos, ya que los jóvenes por regla general se reúnen en otras dependencias, para formar una diversión denominada Trisca.
En la dependencia de los mayores, suele ser una cocina, en su parte central, que tiene una gran losa de pizarra o de granito, que se llama “Lareira”, en cuyo centro arde una hoguera, formada por torgos (raíces de uces y brezo. o de roble y a los costados del fuego están situados bancos de madera con respaldo que se denominan “Escanos” el cual sirve también de mesa para comer, ya que estos escanos llevas adosado a ambos lados una especie de brazos que pasan por encima de la cabeza una vez sentada la persona, una tabla que hace de mesa y que apoyada en los dos lados del asiento.
El fuego, se enciende a primeros de año o el día de Navidad y ya no se apaga en todo el año. Por la noche al acostarse, se cubre con rescoldo y ceniza las brasas y al día siguiente se descubren poniendo leña encima y se vuelve a encender y así se hace todo el año y durante muchos años.
Dicen los ancianos que si se deja morir el fuego o se apaga con agua, que los dueños de esa casa caerán en desgracia y le pueden suceder algo malo, la muerte, un accidente y que éstos males también pueden pasar a los animales, que posean los moradores de ésta vivienda.
Sólo se apaga el fuego, cuando los dueños tengan que ausentarse varios días de casa. Por esta razón, tiene gran cuidado de que el fuego no se apague, y dejan la mayor parte de los días un gran leño con brasas, que tapan con rescoldo y cenizas, durante la noche para destapar al día siguiente y con unas pajas encienden la nueva llama.
Los escanos, para que sean más cómodos, están forrados con pieles de ovejas o cordero y así se hacen más calientes.
Encima de este fuego o fogata, a la que le se está metiendo leña en cantidad sin dejarla consumir, pende una gran cadena de fuertes eslabones, llamada a “Garamalleira”, de la que en su garfio final, llamado “Garabito” cuelga una gran caldera de cobre, en la que cuecen, nabos, remolachas, patatas, castañas y verduras, para alimentar a los animales que poseen, y principalmente para los cerdos de ceba, que sacrifican en Navidad o reyes y que con su carne una vez salada, sirve para el alimento de la familia, con sus sabrosos chorizos, morcillas, androllas, sin olvidarse de sus riquísimos jamones y lacones, que tanto aprecio tienen en toda la comarca, pero además de los alimentos reseñados, para la ceba, diariamente le suministran, piensos de, maíz, troceado o molido como harina.
El cerdo, es todo aprovechable, ya que también sus menudencias, tales como las orejas, pezuñas, rabo, cachucha etc. Son el complemento de un buen cocido gallego.
Cuando sacan del fuego, la caldera, colocan otro artilugio, hecho de zinc o de latón y con forma cilíndrica y que su base está hecha de tiras, metálicas para que pase el fuego a través de sus espacios y sirve para asar las castañas “ El Tixolo o Tixola” una vez asadas las castañas, acompañas de unos tragos del chispeante vino de la montaña, o con mas cuerpo, del valle de Monterrey, y así pasan las veladas, salpicadas de historias, Chascaremos, referentes a brujas, meigas, aparecidos, bandidos y hechos sucedidos en la comarca y que ya contaban sus antepasados y que se fueron transmitiendo de padres a hijos y así durante muchas generaciones, cientos de años.
Como los contertulios, ya llegan a las reuniones después de haber cenado en sus casas y atendido el ganado al llegar del campo, éstas tertulias los sábados se prolongan, hasta altas horas de la madrugada, ya que al día siguiente por ser festivo no tienen que madrugar, ya que para oír misa se levantan algo tarde, pues el cura como viene de otras parroquias viene a misar tarde sobre lasa doce de la mañana.
Los demás días de la semana la reunión sólo dura hasta la media noche, pues al día siguiente tiene que trabajar y por eso madrugan.
En las reuniones se habla de política, entablándose con frecuencia, acaloradas discusiones, por existir casi siempre dos bandos, los del cacique y los de la contra, los dolidos, los que sufren, los trallazos del señor feudal, cuyos tentáculos, llegan hasta los lugares y caseríos más apartados, para llevarse lo que con sudor fueron adquiriendo los sufridos campesinos, que de sol a sol, y sin apenas descanso con escasa comida les sacan a la ingrata tierra que los vio nacer. Pero de estas discusiones, como suele decirse “no llega la sangre al río”..
A esta pobre gente, en lugar de cobrarles la contribución e impuestos, habría que pagarles por vivir en tan apartados lugares, lejos de la civilización, sin escuelas, medico, sin farmacia, sin carreteras, sin teléfono y sin centros de diversión, teniendo que valerse de senderos y caminos pedregosos y angostos, para poder llegar a la villa que dista muchas veces mas de veinte kilómetros, para adquirir ropas, utensilios de primera necesidad.
Una de estas noches la señora María la “Caldeirona” anciana de más de ochenta años, pero muy parlanchina y simpática, en su cocina del pueblo de Montevoloso (que antiguamente se llamaba Monte del Oso), sin duda por haber en sus cercanías alguna guarida o cueva de dichas fieras), me contaba lo siguiente: Cuando ella tenia diez o doce años, sus padres la mandaron con el ganado, un rebaño de ovejas y cabras al monte, desde que salía el sol hasta que se ocultaba, el rebaño se componía de unas 100 ovejas y unas 12 cabras y siempre iba con ella un buen perro mastín, ya que abundaban en aquellos montes lobos.
Me explicaba que tenían pocas cabras, por que hacían daño a los arboles y a las huertas, pues les comían la piel a los arboles y se secaban. Además de las cabras obtenían una docena de cabritos para matar en noche buena, fin de año o reyes y también para la fiesta del santo patrón del pueblo que era San Antonio, también guardaban alguno para la recolección del trigo y la maja, pues todos los del pueblo se ayudan unos a otros en estas labores, esta es una costumbre en aquellas aldeas.
Me contaba que las ovejas, son más útiles al campesino, por que además de dar dos crías al año cada una, le suministran en la primavera la lana, que una vez hilada en los “Fiadeiros”, les sirve para hacer ropas de abrigo, tales como: Toquillas, mantones, capas, medias refajos que tan necesarios son para abrigarse en los días de invierno con fuertes nevadas que los visitan durante muchos meses al año.
Me aparté por un momento de mi historia, que hice para aclarar algunos conceptos, que una vez narrados volveremos atrás
Nos explicó que una tarde, estando bastante lejos del pueblo, por tener allí mejor pasto las ovejas, comenzó a oscurecerse el sol y se hizo de noche más pronto que otras veces y al mismo tiempo la tierra comenzó a temblar, bajo sus pies y sentía unos ruidos extraños y por si esto fuese poco, comenzó a nevar y a soplar un fuerte viento, que la hizo caer al suelo y con la ventisca no encontraba el camino para regresar al pueblo.
El miedo se apoderó de ella y como se hizo de noche tan deprisa, perdió el sentido de orientación y no encontraba la dirección del pueblo, anduvo mucho tiempo sin saber en donde estaba y tuvo que guarecerse entre dos peñascos enormes que encontró al ir caminado, para librarse del viento y de la nieve que caía copiosamente.
Por ese sitio nunca había pasado, no lo conocía, allí espero hasta que viniesen a buscarla y que le llegase la muerte, pues ya estaba aterida de frío. Rezaba y le pedía a la Virgen y San Antonio, que la librasen de todo peligro, pues tenía mucha fe en ellos y abrigaba la esperanza de ser atendida.
En estas aldeas y lugares apartados, tienen la costumbre, que cuando un pastor o agricultor no llega a casa a la hora acostumbrada, la familia avisa al pedaneo del pueblo, y este toca la campana de la iglesia o ermita, para que se reúnan los hombres, en un lugar que ya tienen señalado, ya sea en la picota, en el atrio o en la plazuela del lugar, con el fin de formar grupos y salir en varias direcciones a buscar a la persona, que no ha regresado.
Hacen un pequeño atado de paja bien apretado, que se llama “Fachón” y se enciende por un extremo en forma de tea, para que sirva de alumbrado y así al mismo tiempo puede ser visto a distancia y llevan un cuerno limpio que van soplando como si fuera una bocina, que se oye a distancia, y de esta manera pueden responder con sus gritos o silbidos, las personas que se han perdido por aquellas serranías o barrancos.
Nuestra narración, nos siguió contando, que se abrazó al perro, para no dejarlo marchar y al mismo tiempo le servía de abrigo a su aterido cuerpo. Pasarían dos horas o quizá algo más, cuando su fiel compañero comenzó a ladrar furiosamente.
Lo primero que pensó, fue que podía ser la proximidad de un lobo o jabalí, que con tanta frecuencia eran visto por la zona. Pasado un buen rato, oyó a lo lejos el sonido de un cuerno, y avistó las luces de los “Fachones”, y sacando la fuerza de los pulmones, comenzó a gritar pidiendo auxilio en aquella dirección. Pronto oyó el grito de ¡María!, ¡María!... que daban los hombres del pueblo y al poco tiempo se vio rodeada por todos sus familiares y vecinos que la abrazaban, llenos de júbilo.
Los llegados, le dijeron que habían oído, los ladridos del perro, desde bastante distancia y por eso habían acudido en aquella dirección, de no haberlos oído, quien sabe si la encontrarían pues irían en otra dirección, dada la distancia tan grande que estaba del pueblo.
Cuando regresó a su casa, su madre le puso ropa nueva, seca y de abrigo, ya que sus vestidos estaban empapados a causa de la lluvia y la nieve, se acercó al fuego y le dieron una gran taza de leche bien caliente, con el fin de hacerla entrar en calor, pues estaba entumecida por el frío, hasta los huesos.
Su abuelo, que tendría mas de ochenta años, le preguntó en que lugar se había refugiado, y al decirle el sitio, la abuela se santiguó, diciendo: ¡Jesús! que milagro, tuviste mucha suerte. (todo se decía en gallego) Por que allí cerca, hay una cueva muy grande y oscura, en la que al anochecer, aparecen volando muchos pájaros negros y que no tiene plumas, parecen ratas que vuelan y que chupan la sangre del pescuezo de los que se acercan por aquellos parajes, y le sacan los ojos, sin hacer algún ruido y que tampoco tienen pico, pues su boca son como las de los ratones grandes; dicen los antepasados, que son las almas, de los que murieron en pecado mortal, y ahora andan errantes, hasta el fin del mundo.
También cuando yo era pequeña, mi abuela me decía, que nunca fuese por aquella parte del monte, por que se encuentran huesos y calaveras de los difuntos, a quienes chuparon la sangre esos pajarracos.
De aquella historia todos los asistentes al fiadeiro, lo escuchamos con el más profundo silencio, de la anciana campesina, que tanto temor tenia a las animas, deduje que tal cueva era la misma, que según la tradición, en ella se había refugiado el rey Frumario, cabecilla de los suevos, en el siglo V, cuando escapaba perseguido desde Braga, por su hermano Remismundo, que quería usurparle el trono y le seguía con sus tropas desde aquella ciudad portuguesa. Según corre, dicho suceso desde la más antigua época, allí estuvo varios días, con sus más fieles seguidores, hasta que unos pastores, lo disfrazaron y tomó el camino de Astorga.
Esta cueva esta situada a la derecha del camino que conduce, desde el valle de Monterrey, al pueblo de Montevoloso, y que le llaman el “Portazón”, en la parte de abajo del pico llamado “ O Foxo”.
Al decir “Fiadeiro” debe de entenderse, como si en castellano se dijese “ Hiladero”, y es que aquellas mujeres, viejas en su mayoría, portan en sus manos, una rueca y un huso, y van sacando o pellizcando de un copo de lana, lino, trozos muy pequeños, confeccionado así un hilo muy delgado, pero tan perfecto, que parece hecho a maquina y que les sirve una vez transformado, en madejas, para hacer sus vestidos de invierno y todas clase de ropa de abrigo y también para su venda como son los calcetines, medias que venden en los mercados de las villas cercanas.
Anteriormente hago referencia al obispo Idacio, a quien el rey Frumario hizo prisionero, mientras celebraba un acto religioso dentro de la catedral de Chaves hoy de Portugal, pero en aquel entonces, pertenecía a Galicia.
Él fue quien con más claridad nos relata la invasión de los suevos, en el año 466 de nuestra era.
En sus narraciones que a veces son tétricas, nunca menciona la villa de Verín, sin duda por no existir en aquella fecha, pero si nombra: Viana, Porquera, Lémica, Capraria, Moxós, Fredamundi, Saquetina y otros.
La entonces Capraria, hoy es el pueblo de Cabreiroá, Mixos es Mijós, pero los poblados de Fredamundi y Saquetina, situados en el Valle del Támega, se desconoce su emplazamiento y el motivo de su desaparición, que bien pudieran haber sido destruidos por los suevos u otros invasores.
Con ésta descripción, me fui desviando de la narración que empecé, pero conviene hacer resaltar, que al lado de las hogueras o fogatas, en el fiadeiro, han podido aprender, muchas cosas que ignoraban y que no están escritas en ningún libro actual.
Antes de seguir con la historia de Verín, voy a referir una charla, sostenida con un anciano, ya fallecido hace unos años y que llegó a ser mi compañero de caza, durante muchos años; se llamaba Francisco Rodríguez Machado (q. e. p. d.) del pueblo de Tamicelas, y era conocido familiarmente como el “Aceite”.
Un día quiso mi buena fortuna, que fuese de caza a las perdices, por aquella zona del municipio de Laza y cuando ya había recorrido el monte varias horas, durante las que había matado algunas perdices y las llevaba colgadas del cinto encontré una fuente de aguas puras y cristalinas y después de echar un buen trago, me senté a descansar puse a refrescar mi bota de vino de cosecha propia y me puse a comer un trozo de jamón y unas empanadillas de pollo que traía de casa
Habría transcurrido una media hora y apareció un cazador, con más edad que yo, y también más bajo que yo, y eso que mi estatura no es mucha, me saludo con unos buenos días y se sentó cerca de mí, sacando una petaca con tabaco y me la ofreció al mismo tiempo que me extendía un librillo de papel para que liase el cigarrillo, (en aquella época, no había cigarrillos hechos), que yo de buen grado acepté (hace ya cuarenta años que no fumo).
Comenzamos hablando sobre la caza, el tiempo, en fin algo de todo y observé que a pesar de ser un simple campesino, de una aldea remota, situada entre las altas montañas y con un mal camino para poderse comunicar con la villa de Laza, su charla era amena y me era grato él oírlo.
Le ofrecí de mi comida, pero me manifestó que ya había comido al pie de otra fuente en la cañada anterior.
No recuerdo cuantos cigarrillos nos fumamos, pero había pasado mucho tiempo y comenzó a contarme historias, que le habían contado sus abuelos; me habló de los “Galaicos”, que según él eran unos hombres muy fornidos y muy valientes, que habían tratado de sublevar a los campesinos en contra de la reina de España; me habló de las invasiones francesas, diciéndome que habían cometido toda clase de atrocidades, violaciones, saqueos, quemado iglesias, hasta violaciones de niñas pequeñas, robando el ganado y muchas más atrocidades, propias de gente salvaje y bárbara.
Me habló de los caciques y políticos de la comarca, y los comparaba a los vampiros y que según él, eran unos señoritos, que engañando a los ignorantes campesinos, se iban adueñando de las fincas, casas y ganados y todo lo que poseían los pobres campesinos de la comarca.
Me contó también de unos traperos y cacharreros, que venían de la zona de Sanabria, de la parte Zamorana, cambiaban sus cacharros, por lana, pieles de zorro o lobo que tanto abundan en aquella zona y sabía que se habían extendido por todo el valle del Támega y que se fueran independizando unos de otros y en estas aldeas a la vez que hacían sus cambios ofrecían dinero a cambio de hipotecar sus haciendas y si no pagaban el préstamo en el plazo acordado se adueñaban del capital.
Yo ya sabía todo esto y en una ocasión, tuve en mis manos una obligación en la cual los objetos, a responder valían diez veces más que la deuda.
Y así estuvimos hablando hasta bien entrada la tarde, ya que su amena charla, me hacia sentir agusto y desde entonces fuimos muy buenos amigos.
Cuando quería ir de caza, para aquella zona, le enviaba recado, para que tal día sobre tal hora estuviera por tal cazadero, cuando yo llegaba ya llevaba él un par de horas cazando y nos encontrábamos con gran alegría. Mi casa dista de su pueblo, Tamicelas, sobre unos treinta kilómetros.
Yo tenía que madrugar, para llegar allí, primero en bicicleta, después mi moto Guzzi Hispania, más tarde en una moto Vespa, luego en mi Renault 4-4 y me acompañaba un chico con la merienda y una bota de vino para los tres.
Era muy conocido por el “Aceite” y este nombre se lo habían puesto, según él me contó, cuando era muy niño, jugaban todos los niños en la plaza del pueblo y hacían una especie de peleas y siempre quería ser el primero, él mas fuerte, el más diestro en todo y su madre que le observaba, le dijo: Paquito, tu quieres ser como el “Aceite”, quedar por encima de todo, y desde aquel momento todos sus amigos comenzaron a llamarle así.
Según el Sr. Aceite, el nombre de Támega, lo recibe por tres diminutos, manantiales, que nacen tres cañadas cercanas al pueblo de Tamicelas, que le llaman “ As Tres Migallas” o “ As Tres Micelas”.
Como nuestros descansos, la mayor parte de las veces, eran en la ribera de los tres regatos, que mirando al norte, la de la derecha es la regata de Abelleira. La del centro A Corrediña de Naveaus, y la de la izquierda Regata da Alberguería, al pie de la aldea del mismo nombre, que al juntarse estos tres arroyos, dan origen al río Támega.
El pueblo de Tamicelas, recibe el nombre, por las “Tres Micelas” y los pueblos de Tamagos y Tamaguelos, tienen ese nombre por estar situados a los lados del río Támega. Los habitantes del valle en la antigüedad recibían el nombre de “Tamaganos”.
Hay investigadores que refieren, que su nombre, se deriva del Dios, Tameobrigo, pero en modestia opinión, lo tomó de las Migallas o de las tres micelas a que se refería mi buen amigo Francisco “ El aceite”.
Muchos de los hallazgos, casuales con los que me he encontrado, fue por ir de caza o de pesca y pernoctar en aldeas remotas durante muchos años y las charlas que mantenía con, agricultores, pastores u otros concurrentes en los fiadeiros en las apartadas comarcas de la montaña gallega.
Cierto día, hará unos treinta años, (año 1.950) encontré por casualidad una “Calzada romana” en un bosque de malezas, en perfecto estado de conservación, a unos cuarenta kilómetros de Verín, en plena montaña y en límite de las provincias de Orense con Zamora.
Me encontraba cazando y había muchas perdices, se levantó un bando y le tiré, cayendo una de ellas entre la maleza y antes de que el perro la portase, la cogí yo por quedar en alto entre las ramas y comprobé que había una calzada romana, anduve sobre ella en ambas direcciones, me entretuve algún tiempo por que me gustó siempre cerciorarme de las cosas, que encontraba en mis correrías, por estos apartados lugares y las sierras de la comarca, por donde iba cazando o pescando.
Pude comprobar también que la mencionada calzada arrancaba de un Castro, antiguo poblado, y vi las ruinas de dos molinos al lado del riachuelo que fluye al río Mente y que en sus cercanías, continuaba un quebrado y tortuoso camino, hacia el pueblo del Tameirón.
De ésta calzada nadie tenía conocimiento, por que tanto en dicho pueblo, como en los del Pereiro o Cañizo, hice averiguaciones y nadie supo decirme nada.
A simple vista, era difícil descubrirlo, por la maleza tan extensa que lo cubría y la casualidad había hecho que yo lo viera. Otro día al beber en una fuente, en la montaña, al sur oeste del pueblo de Vilar, en el municipio de Castrelo del Valle, observé que el agua que manaba, caía en una sepultura de piedra de cantería, que era la parte inferior de un sarcófago, que bien pudiera ser celta o romana, supongo que en las inmediaciones habría algún cementerio.
También en otra ocasión al ir de caza con mi consuegro D. Antonio Domínguez Gómez, magistrado jubilado, por el camino que baja de Peña Nofre, al pueblo de Porto Camba, a la izquierda de dicho camino, vi unas antiguas edificaciones de piedra de pizarra, todo en ruinas, pero se notaba el contorno de diez o doce viviendas circulares, y le pregunté sobre ellas, ya que él cazaba con frecuencia por aquella zona, me comentó que los habitantes de aquellas aldeas, conocían aquellos parajes como “ A Mourisca”, por creer que allí habían vivido los moros, cuando invadieron Galicia.
También recuerdo que al sur de mi pueblo natal de La Gudiña, existe la boca de una antigua mina, que los de por allí la conocen como “O Burato dos Mouros”.
En otra ocasión, también en los límites de la provincia de Orense con Zamora, en las cercanías del pueblo de Castromil, observé en el camino una peña, que tenía poca elevación y en la cual había esculpidas una docena de herraduras, todas en la misma dirección, sin duda para señalar el itinerario a caminantes o tropas
En otros parajes de la misma comarca, no lejos de éstas herraduras, había varios peñascos labrados en forma de palmeras, no comprendo el significado de tal trabajo.
Nunca volví por allí, pero siento deseos de volver, para llevar una maquina fotográfica y poder hacerle unas fotos, aunque en aquella época era joven y me interesaba, más la caza que estas cosas de la historia de nuestra Galicia.
Siempre tuvo deseos de saber la etimología de la palabra “Verín”, consulté libros históricos, en archivos oficiales y particulares, en diferentes poblaciones, pero nada pude encontrar sobre la fundación de Verín.
Las primeras noticias sobre el nombre de Verín, sobre el año 950 en el siglo X, que a instancias de San Rosendo y por orden del rey Ramiro II, entre los términos de San Felix de Varoncelli (hoy Pazos) y Santa María de Trudilde (hoy Verín), Villaza, Albarellos y Queizás.
En aquella época aparece llamándose Santa María, propiedad de la condesa de Trudildi o Trudili, hija del conde Don Rodrigo y viuda del caballero de Velasco Ruderiz y hermana del obispo de Iria Flavia Don Pelagio, dicha condesa ordenó, poner piedra en las demarcaciones o divisiones de los pueblos antes mencionados.
Los lugares de Fredamundi y Saquetina, desconocemos el lugar de su emplazamiento y el motivo de su desaparición, como también el lugar de Zacois, que según se cree estaba al sur de Pazos, en un sitio denominado “O Toxal”
Recientemente han aparecido restos de cerámica y de edificaciones en éste lugar, pero se sigue sin saber el motivo de su desaparición.
Casa del Perú. año 1.986 Manuel Fernández-Barja Sánchez, nacido en La Gudiña el 4-4-1904


 
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